Sorprender con magia es cada vez más difícil. La incredulidad y la falta de originalidad en los trucos, así como el conocimiento de sus misterios, conlleva esa falta de interés en este tipo de espectáculos. Profesionales del ilusionismo como Antonio Romero, con una larga trayectoria en el mundo de la magia, saben perfectamente el reto que supone superarse cada día para sorprender a un público, cada vez, más exigente.
No siempre fue así. La magia tiene unos orígenes muy remotos en los que ya se perseguía el entretenimiento haciendo trucos que dejaban a los espectadores con la boca abierta. El pensamiento mágico ha esta siempre presente en las diferentes civilizaciones. Gracias a este pensamiento abstracto, algunos decidieron crear trucos con la finalidad de entretener y divertir al público, convirtiendo lo sobrenatural en un arte escénico con muchas posibilidades.
Podríamos decir que la magia es posible gracias a ese pensamiento mágico que ha formado y forma, parte de la historia de la humanidad desde sus orígenes, por secularizadas que estuvieran las distintas civilizaciones. De forma paradójica y en extremo cercana y opuesta al mismo tiempo a la religión, la magia se relaciona con lo sobrenatural, las fuerzas de la naturaleza y la divinidad. Desde los primeros tiempos de la civilización, los humanos, ya pensaban que había personas que poseían dones especiales que les permitía jugar a su antojo con lo invisible.
Si bien los primeros pueblos antiguos, relacionaban la magia con la sanación y los diferentes ritos, del mismo modo que astrología y adivinación, formaban parte del ser humano, este tipo de magia chamánica que hacían los pueblos primitivos, fue evolucionando de forma progresiva. Durante la Edad Media, esa Europa del medievo, veía la magia como algo positivo que se centraba en la figura del chaman de las tribus, algo que el cristianismo, modifico de tal manera que, hizo ver que esas creencias se debían a actividades ocultas y demoníacas que se basaban en la alquimia y la astrología
El temor religioso infundado que generó el cristianismo, unido al pensamiento mágico, produjo una extraña simbiosis y creó un clima paranoide, cuyo final desembocó en algo que todos conocemos: cinco siglos de represión en los que se procesaron y ejecutaron a miles de personas acusadas por tribunales civiles y religiosos de practicar malas artes y brujería.
El pensamiento mágico permanece
En pleno siglo XXI, el pensamiento mágico, permanece con nosotros, a pesar de que nuestras avanzadas sociedades se centren en las nuevas tecnologías, (muchas de ellas prometen magia por lo que ofrecen y aportan a nuestra existencia) dejando al margen a los fenómenos de la naturaleza y la religión. Esto se traduce en miles de jóvenes que, a través de las distintas redes sociales, se proclaman y convierten en expertos tarotistas y el horóscopo. Dejando a otro lado a las religiones mayoritarias, las creencias más individualistas, como la carta astral o el signo del zodiaco que intentan protegernos de la incertidumbre que nos acomete día a día con formulas mágicas de la nueva era.
Inevitablemente, la relación existente entre los momentos de crisis e incertidumbre y la magia es palpable. Ante el temor a lo incierto en los momentos más angustiosos y el desconocimiento del futuro, las personas, tenemos tendencia a creer en lo increíble. Un ejemplo, lo tenemos a principios del siglo XX, cuando en medio de un extraño y asfixiante ambiente post-bélico, con las trincheras de la Primera Guerra Mundial todavía acechando y la muerte de miles de jóvenes de la vieja Europa muy reciente, el espiritismo, alcanzó unos niveles de popularidad insospechados.
Esto fue posible, debido a que, a finales del siglo XIX, Allan Kardec, se inicio en la andadura de estudiar una serie de efectos paranormales en París, entre los cuales se encontraban, las mesas giratorias. Esto, fue el preludio de los tableros de ouija, que gozaron de gran popularidad en la Europa de mediados de siglo.
El asunto fue evolucionando hasta que aparecieron los espiritistas. Esas personas que proclamaban su capacidad para contactar con los muertos y ejercían su función invitando a sentarse alrededor de una mesa en una habitación convenientemente oscura, para entrar en trance.
Encontramos un punto de conexión entre ambos campos mágicos, en la conocida rivalidad entre Sir Arthur Conan Doyle, cuya mujer era una de esas reputadas espiritistas y el, creyente fervoroso, con el reputadísimo mago ilusionista Harry Houdini. Este último, tildaba al espiritismo de patraña, pues una médium le había hablado en inglés, emulando a su difunta madre, cuando esta, en vida, solo hablaba en húngaro.
Y hablando de uno de los magos y escapistas por excelencia, llegamos al momento crucial en el que la magia como espectáculo, cobra protagonismo. En aquellos tiempos, la magia no solo se utilizaba como fin para asustar o poner en contacto a vivos y muertos, los trucos de ilusionismo cobraban gran interés, en medio de una sociedad que ansiaba sorprenderse y divertirse, debido a que se hallaba inmersa en una vorágine de cambios sociales.
La magia, como arte escénico, era practicada por prestidigitadores, mentalistas o reyes de la evasión que trataban de jugar y engañar al ojo humano, siendo más rápido que él, guardando sus ases bajo la manga, aludiendo al secreto profesional.
Aunque el ilusionismo se remonta a milenios atrás, podemos asegurar que no fue hasta finales del siglo XIX y principios del XX que, la magia callejera, la magia de salón y el ilusionismo empezaron a tener notoriedad, gracias a figuras como la del citado Houdini.
A continuación, vamos a destripar algunos de esos trucos haciendo spoiler a los espectáculos. Si te gusta pensar en la magia como posibilidad, es momento de dejar de leer.
Destripando el truco
Muchos espectadores de magia, solo disfrutan el momento dejándose llevar por la ilusión de lo imposible. El pensamiento mágico, ayuda a que así sea. Otros, solo tratan de averiguar, donde esta el truco. Lo cierto es que, muchos magos e ilusionistas, son tan buenos que te hacen creer en la magia.
Los trucos, al final son trucos. Un clásico de los clásicos, es la levitación. El mago en cuestión, situado sobre un tapete o alfombra, levita ante la expectación y perplejidad del público. Lo que sucede en realidad es que, sobre la alfombra, suele haber una plataforma metálica con una varilla de acero que, queda estratégicamente escondida tras el bastón del mago, conecta a su vez, con otra placa de metal donde esta sentado. Todo este aparataje, se encuentra escondido, a su vez, en la ropa del ilusionista.
Como el propio David Copperfield, explicó en su momento, el mismo llevaba unos cables conectados a un arnés. Se trata de un mecanismo complejo que se controla con el pie y, evidentemente, da el pego y consigue engañar al ojo.
Otro clásico por excelencia, aunque tan trillado que no sorprende, es cortar a alguien por la mitad. Generalmente, era la ayudante del mago la que se sometía al experimento. La fórmula más típica para desarrollar este truco, es utilizar a un tercer participante que hará de las piernas cortadas que quedan en una parte de la caja, mientras que la cabeza, permanece en el otro lado. Siempre eficaz, pero como decimos, ya no sorprende.
Un truco archiconocido y que a todos los niños deja con la boca abierta, es sacarse cosas del sombrero. En este caso la paloma de la chistera. Variantes del clásico hay muchas, a cada cual, más sorprendente. Sin embargo el truco esta en ocultar el momento en el que se saca la paloma de su escondite, sea la chistera o la manga de la chaqueta. Para ello, se sirven de una llamarada de fuego que se crea con una hoja de papel creada para este fin: prender la llama y ocultar como se saca la paloma. El ojo, no percibe el movimiento, debido a que tiene su atención en la llamarada que ha surgido, de la nada.
Así es la magia… mágica o una mera distracción para acaparar, la atención. Si el ser humano no tuviera ese pensamiento mágico arraigado, no sería posible que los magos, pudieran engañarnos desde tiempos remotos. En la actualidad, pese a conocer los trucos o saber que existen, aunque no seamos capaces de reconocerlos, algunos ilusionistas, son tan increíbles que engañan al más incrédulo.
Poner toda la atención en el mago para tratar de destripar sus tretas, es justo lo que pretenden para acaparar la atención del espectador que, mientras busca el truco, solo ve el resultado. A mayor sencillez de espectáculo, mayor complejidad del truco. No se trata de hacer magia rimbombante como ocurría antaño. Se trata de sorprender desde la sencillez. Hacer desaparecer la Estatua de la Libertad, es todo un reto, pero no nos engañan con tanto alarde. Espectacular, sin duda, pero se sabe que hay un truco y que, la ilusión se desvanece porque sabemos que estamos siendo burdamente engañados por una serie de mecanismos perfectamente diseñados.
La magia está en las pequeñas cosas, la sencillez de hacer que una simple bola de papel, pase de mano en mano, sin que las manos, la toquen. Un buen mago, más que engañar, entretiene. Lo demás, es cosa del pensamiento mágico.